Es la más rica y renovadora de todas las experiencias espirituales. Las vías para alcanzarla son muy variadas y no siempre inocuas: algunas pueden incluso dañar la salud y poner en riesgo la vida. Sin embargo, esta vivencia profunda no sólo constituye la clave de los trances místicos, sino también la fuente de inspiración de los artistas visionarios y, sobre todo, el acceso a la verdad más profunda del ser. Todos aquellos que han conseguido elevarse hasta este estado de conciencia consideran que aporta paz, dicha plena y sabiduría.

Isabela Herranz (Año Cero)

Hace diez años participé en varias mesas peruanas de purificación. Al final de una de ellas, cuando el chamán me había limpiado el aura y estaba distribuyendo una planta carnívora del Amazonas que se emplea con este mismo fin, me susurró al oído que no necesitaba ingerirla. Mientras los demás tomaban la dragona me senté en el suelo a meditar junto a la mesa ceremonial. Varias velas iluminaban tenuemente la estancia. De pronto, sentí una fuerte luz que me invadía y rodeaba por completo. La luz vibraba y aquello era difícil de soportar sin moverse, de forma que empecé a mecerme con suavidad, disfrutando la sensación de amor, placer y bienestar que me transmitía. Cuando el chamán terminó el ritual y poco a poco se fue desvaneciendo aquella claridad resplandeciente, abrí los ojos y me dije: quiero tener esta luz conmigo donde quiera que vaya. A partir de ahí empecé a ver el mundo de otra forma y a sentirme llena de amor y alegría. Desde ese momento mi vida ha experimentado múltiples cambios y pruebas, como si el universo me estuviera guiando en una limpieza profunda, que en ocasiones he soportado pensando que un día me volverá a invadir esa luz del amor universal».

Este relato de María del Carmen Edlin, secretaria de 50 años, describe una vivencia que podríamos calificar de extática -por el gozo espiritual implícito en la misma- aunque no tuviera nada que ver con los éxtasis místicos de santa Teresa de Jesús, la mejor exponente del fenómeno. «En ese grado de oración, me ha sucedido alguna vez encontrarme de tal modo fuera de mí que ignoraba si la gloria de que se me había llenado era una realidad o un sueño», confesaba la santa. Su descripción no podía ser más exacta, ya que el término éxtasis viene de la raíz ex stasis –estar fuera de uno mismo-, es decir, pleno de una emoción demasiado fuerte para ser contenida en el cuerpo o comprendida por la mente racional.
 ¿De qué hablamos?

Aunque los místicos de la antigüedad opinaban que el éxtasis es algo extremadamente raro –el individuo tiene la impresión de sentir cómo su espíritu se une con la divinidad en otro plano trascendente al cual ha sido transportado-, en la actualidad se considera que forman parte del mismo fenómeno experiencias muy diversas como demuestra, por ejemplo, la definición que nos ofrece el doctor neoyorquino Mike Samuels, especializado en técnicas médicas de visualización: «Él éxtasis es un estado no ordinario de la mente que incluye situaciones de trance, sueños lúcidos, visiones, alucinaciones, ensueños y meditación profunda». Esta definición permite incluir, entre muchas otras, las experiencias de los chamanes, así como las de aquellas personas que entran en trance durante un frenesí colectivo incontrolable, como les ocurrió a los maniacos danzantes en la Italia del siglo XIV, a los convulsionarios de Saint Medard en la Francia del siglo XVIII, a los pentecostalistas americanos del siglo XX y, por qué no, a los nazis seguidores de Hitler, enfervorizados por la magia magnetizadora de la oratoria de su líder, junto con la música y el ceremonial adecuados. También los artistas de todo género han descrito con frecuencia experiencias visionarias de este tipo en momentos intensos de inspiración.

Aunque dichos estados de conciencia poco tienen en común con el éxtasis místico, en el cual el sujeto tiene la certeza absoluta de que Dios está presente, no parece que sea preciso ser artista, chamán, o fanático político o religioso para disfrutar de dicha vivencia. Son numerosas las personas que las han tenido al menos una vez. Para muchas de ellas ha supuesto una especie de «premio extraordinario» a un largo proceso de búsqueda espiritual, mientras que otras la han disfrutado sin haberla buscado expresamente. Sea como fuere, a todas ellas las ha pillado desprevenidas.

El investigador americano Dennis Stillings nos ha contado la suya: «La única experiencia extática que me aconteció cuando tenía 18 años y trabajaba en un turno de noche en Green Giant, una empresa conservera de verduras. El trabajo era fácil, pero sucio. Como disponía de mucho tiempo libre aprovechaba para leer. Un día aca-baba de terminar la lectura de los Diálogos de Platón y me dirigí a la cocina. Recogí la grasa sobrante de las verduras envasadas y, mientras la llevaba al vertedero en una carretilla, sentí que flotaba aproximadamente un metro por encima de mi cabeza. Para mí fue literal y definitivamente una experiencia extática. Enseguida me encontré de nuevo en la cocina con la carretilla. El paseo duró unos diez minutos, pero tenía la sensación de que el tiempo se había detenido. Sin duda tales vivencias no son lo mismo cuando se cuentan. Como suele decirse, uno tiene que conocerlo por sí mismo, pero lo cierto es que aquello me permitió comprobar que existen otros estados de conciencia».

 ¿Quién puede negar que esta curiosa experiencia fuera extática? Tal vez no podemos calificarla como mística del todo, pero sin duda tuvo este carácter para Stillings, aunque no presentara todas las características habituales que se atribuyen a estos estados.

En relación con su posible «validez», el antropólogo irlandés Patrick Meehan, especialista en la interacción humana con ordenadores, apunta que «la experiencia mística puede no ser suficientemente tangible como para ser descrita. Cualquier explicación de la misma será siempre subjetiva y dejará preguntas sin responder. ¿Viene de dentro o de fuera? ¿Es real o imaginada?
Sin embargo, ya sea espontánea o se obtenga mediante meditación, drogas, ejercicio, rezos e incluso a través de la sexualidad (dejemos a los metafísicos que se ocupen de las diferencias), siempre dará al testigo la impresión de que un velo se levanta en otra dimensión y que la realidad queda suspendida de alguna forma».

Como apunta Meehan, es tanta la diversidad de estas experiencias, y tan difícil precisar la cualidad de las mismas, que hemos decidido acercarnos a ellas entrevistando a una serie de personas en España, Inglaterra y Estados Unidos. Todas ellas nos han ofrecido sus testimonios, convencidas de que sus casos personales contaron con ese carácter de elevación y de unión con la divinidad. Aunque no han tenido la misma profundidad, duración o influencia posterior en la vida de los testigos, nos prueban que no son tan raros como suele creerse, tal vez porque muchas veces no queremos ni siquiera reparar en esos destellos que, ocasionalmente, van iluminando nuestra vida. A veces son tan deslumbradores por su dramatismo que es imposible sustraerse a los mismos. Así se observa en una experiencia cercana a la muerte que nos ha facilitado el prestigioso investigador Kenneth Ring. Le ocurrió el pasado año a una amiga suya, a raíz de un accidente de coche que estuvo a punto de costarle la vida. Al colisionar, se vio proyectada hacia una luz en cuya presencia sintió una profunda paz. «Ya no tiene miedo a la muerte y aprecia mucho más la vida -nos explica el doctor Ring-. Tras escuchar su historia tuve la intuición de que tal vez debería plantearse trabajar ayudando a los moribundos. Antes de expresar esta idea, ella misma la verbalizó».

Sin duda, experiencias tan dramáticas como ésta facilitan enormemente la apertura espiritual y ayudan incluso a reorientar la vida, pero conviene señalar que en general, por valiosas que sean, no siempre son garantía de una transformación estable o permanente, a pesar de que las personas que las tienen suelen sentirse renovadas. Para algunas es tan familiar que la han integrado en sus vidas con toda naturalidad. Tal es el caso del mexicano Alfonso Pérez, que lleva tres décadas consumiendo substancias naturales que alteran la conciencia –como la ayahuasca y el peyote– y quien, siendo muy joven, se sometió al ritual de la danza del sol, en cuyo curso fue colgado del pecho con garfios. Aunque las transformaciones internas que este hombre del «camino rojo», según se hace llamar siguiendo la tradición sagrada de su país, son indescriptibles, las da por hecho: «Nunca me han permitido volar –nos confiesa–, sólo han establecido una conexión total con todo mi ser; es decir, sentir plenitud. Hace mucho que presido mesas rituales y ayudo a los participantes a curarse y a encontrarse a sí mismos».

Otra persona que aprecia estas experiencias, pero considerándolas como algo natural, es Patricia Rivera, doctora en física, aunque ella ha optado por explorarlas mediante una vía ajena al uso de plantas psicotrópicas.

«Tengo 44 años y llevo practicando técnicas de meditación y relajación desde los 16 –nos cuenta Rivera–. Las experiencias más significativas que he vivido, desde el punto de vista espiritual o místico, han tenido lugar mediante la práctica del Conocimiento, que consiste en cuatro técnicas enseñadas por el gurú Maharaji y que deben realizarse a diario, al menos 15 minutos cada una. Las más extendidas y rutinarias, que se dan cuando hacemos las prácticas en grupo, incluyen intensas percepciones de luz y sonidos armónicos, así como sentimientos de paz y amor y la sensación profunda de haber vuelto a casa y de estar en el camino correcto. También es frecuente acceder a estados de conciencia muy elevados. Personalmente siento como si en situación de vigilia normal fuese tonta y ciega, como una zombi incapaz de percibir la realidad, a la cual sólo tengo acceso cuando entro en esos estados de conciencia superiores y que incluyen la visión total del Universo como un enorme teatro de marionetas, en el que todo, hasta lo más insignificante, está regido por un mismo Poder.

 Sabes que se encuentra ahí, lo percibes claramente, y tienes la sensación de que todo está en su sitio. Los primeros dos o tres años me sentía casi como una extraterrestre debido a la cantidad de experiencias de luz, sonidos, vibraciones por todo el cuerpo, sentimientos de amor. Era como si me hubiesen abierto unos sentidos que antes estaban cerrados, pero ahora la práctica del Conocimiento me da un referente interno e inmutable que crea la sensación de eternidad. Este sentimiento de ser eterna y de que la existencia tiene un sentido es, en definitiva, lo que más afecta mí día a día. Sigo viendo la luz, pero ya estoy acostumbrada después de tantos años, así que ni siquiera le doy importancia».

No todo el mundo consigue acceder fácilmente a estas vivencias mediante prácticas de meditación, aunque lo hayan intentado. Afortunadamente, el éxtasis se produce a veces con bastante frecuencia espontáneamente en un estado de duermevela. Maureen Thompson, secretaria de 49 años, lo sabe muy bien: «Desde que tenía trece años he venido teniendo una media de tres experiencias extáticas al año. Suelen producirse cuando estoy en una especie de trance, tumbada en la cama, a veces antes de dormir. Difieren claramente de los sueños porque son muy reales y su impacto suele durarme días. Fundamentalmente, siento una emoción intensa al contactar con un ser invisible. Al principio suelo sentir frío, pero cuando se produce el contacto percibo un calor intenso y luego una sensación en el corazón, que describiría como de apertura y amor. Mi deseo de unirme a él es intensísimo, pero no en el sentido sexual, sino mental y emocional. La sensación de gozo es total y cuando vuelvo en mí a veces me sorprendo llorando de felicidad. He intentado muchas veces acceder a la experiencia meditando, pero no lo he conseguido». Tras leer muchos libros espirituales y científicos que le permitieran encontrar una explicación a estas experiencias, Thompson se ha negado a aceptar que sean meramente productos biológicos de la función cerebral: «Creo que tienen que ver con la fuerza de la vida misma y con cómo se proyecta ésta hacia otras dimensiones y contacta con la divinidad».

Desde su amplia experiencia con substancias que alteran la conciencia, y también en el campo de la psicología transpersonal, Jorge Ferrer, profesor de psicología del California Institute of Integral Studies (San Francisco) y autor del libro, Revisionando la teoría transpersonal: una visión participativa de la espiritualidad humana, también comparte de algún modo la visión de la anterior testigo: «Las llamadas experiencias extáticas son el resultado de un contacto más directo (dependiendo de la intensidad de las mismas), bien con la energía que nos revitaliza y de la cual emerge nuestra sexualidad, o bien con la energía de la Conciencia que nos da auto-conciencia y de la cual emerge nuestro sentido espiritual. Las distintas estructuras a través de las cuales funcionamos –somáticas, emocionales, mentales, etc– deben considerarse como canalizadores de dichas energías: pueden filtrarlas limpiamente o bloquearlas mediante condicionamientos, miedos o conflictos».

A diferencia de los testimonios anteriores, hay muchas personas que tienen un atisbo de la divinidad mediante la práctica sexual. La exaltación producida por el magnetismo amoroso favorece la apertura a la trascendencia. En los Upanishads se habla del rapto extático ante la posibilidad de la supresión de la conciencia del mundo exterior e interior cuando se abrazan un hombre y una mujer que se aman de verdad.

Los testimonios hablan de una fusión, de la sensación de convertirse en un solo cuerpo, de ver luces, escuchar sonidos… Tal es la experiencia de un psicólogo americano que prefiere mantenerse en el anonimato. La obtiene con cierta regularidad con una mujer a la que ama apasionadamente desde hace años y con quien ha conseguido un nivel de comunión poco frecuente. «Sólo soy consciente de mi deseo de fundirme con ella y convertirme en ella mediante una unión extática. Pero en mi mente –¿o se trata de mi alma?– me estoy abriendo a Dios y entregándome a él. Cuando ella me toma siento como si entrara en Dios. Todo es sagrado y vibro con energías divinas que se renuevan, hasta que me disuelvo hecho añicos y mi yo desaparece mientras me sumerjo en el fuego divino. El momento del impacto es esa aniquilación. La Dicha lo invade todo, fluye la luz», nos relata al describir su vivencia.

Experiencias como esta, fruto del amor y la comunión de dos almas, son sin duda un tesoro para quienes las disfrutan. Otras, en cambio, aunque acaben felizmente, pueden surgir de las tinieblas. La experiencia extática de Lynn Collier tuvo lugar hace quince años y comenzó con una sensación de angustia inenarrable: «Había estado en casa jugando a la ouija con unos amigos y, unos días después, hacia las tres de la mañana, experimenté la sensación de ser invadida por un fuerza oscura y diabólica poderosísima. Mi novio estaba conmigo y debió sujetarme, porque yo me agitaba repitiendo sin cesar: tengo que amar». Nunca había experimentado nada igual. Estaba horrorizada; la fuerza que me invadía no era de este mundo. Tras un largo forcejeo, mi novio, muy asustado, exclamó: ¡Mira Lynn, Dios acaba de entrar en el cuarto! En menos de un segundo todo cambió y me sentí plena de felicidad y alegría. ¡Fue tan fácil! Sólo tuve que elegir el amor y entonces se produjo el milagro: fue el éxtasis de ver y sentir a Dios y saber que aunque muriera nada importaba, siempre que tuviera ese amor conmigo. Me di cuenta de que la experiencia iba a cambiar mi vida por completo y así fue. Aunque han pasado muchas cosas en estos últimos años, sigo sintiendo lo mismo».

 Afortunadamente para esta mujer, lo que comenzó de forma angustiosa derivó en un éxtasis inefable. Sin embargo, esto no suele ocurrir cuando la experiencia se busca por la vía de las drogas.

En la actualidad, la búsqueda del éxtasis no sólo se ha intensificado hasta convertirse en algo obsesivo sino que cada vez se tiende a «recortar» el tiempo para acceder a él. A la mayoría de los jóvenes no les sirve la larga senda de la meditación para alcanzar a Dios. Desean tener el éxtasis aquí y ahora, mediante músicas electrizantes, sexo, indulgencia con el alcohol y el consumo de drogas de diseño, como el MDMA (popularmente llamado Éxtasis) y sus derivados, que estimulan la conciencia empática.

En relación con el consumo de substancias como el éxtasis, el peyote y los hongos sagrados, Jorge Ferrer sostiene que «los problemas puntuales –incluso la muerte- que suelen resultar del consumo de estas substancias se deben, casi sin excepción, a la ausencia de una preparación psicológica adecuada o a tomarlas en un contexto inadecuado, mezcladas con otras sustancias o adulteradas. Según él, tomadas con la intención correcta pueden ayudarnos a desestructurar muchos de nuestros bloqueos, permitiéndonos el acceso temporal a cualidades humanas más libres, vitales y sutiles, como el amor incondicional, la ausencia de vergüenza, la compasión genuina o estados de conciencia pura».
Sin duda, el deseo de experimentar el éxtasis es legítimamente humano, pero la búsqueda del mismo con la ayuda de drogas peligrosas no sólo esconde un deseo de ahogar las frustraciones o la apatía vital, sino que entraña el riesgo de morir en el intento, según observamos cada vez con mayor frecuencia en los medios de comunicación.

Por fortuna, no todo el mundo persigue el estado extático de forma tan frenética. Sobre dicha búsqueda, la psicóloga junguiana Esther Harding ha señalado que «el deseo de alcanzarlo forma parte de la experiencia de unión entre regiones separadas de la psique y muchos sienten que es una forma de liberarse, aunque sea por poco tiempo, de las limitaciones del ego personal, mediante la disolución del ser o a través de la unión con una fuerza mayor que uno mismo».

La experiencia buscada con esta intención no sólo es enriquecedora, sino que aporta la inspiración que nos permite afrontar y llevar a cabo las tareas difíciles de la vida. Si uno aprende a sintonizarse puede llegar incluso a conseguir que se repita, como le ocurre al conocido vidente Octavio Aceves, quien por la vía de la música asegura haber encontrado su camino hacia Dios.
Música y sonido

«La música ha regido toda mi vida y me ha ayudado a crecer –nos cuenta Aceves-. Suelo escucharla en una habitación que tengo aislada acústicamente y la experiencia me mantiene en un estado de armonía que me permite afrontar un día duro. Lo podría comparar a un multiorgasmo, pero es mucho más que eso. Es fundamental para mi bienestar psicofísico. Normalmente escucho música barroca, pero cuando escucho expresamente las cuatro últimas canciones de Richard Strauss siento como si la luz penetrara en mis células limpiándome por dentro. Es una sensación de plenitud total».

Muchas otras personas recurren a diversas técnicas de sonido para explorar la conciencia y experimentar con relativa facilidad estados que antes sólo podían alcanzarse tras muchos años de meditación. El sistema Hemi-Sync, por ejemplo, parte de un estado de relajación profunda del cuerpo físico para que la mente pueda ser más libre, ya que ayuda a la sincronización cerebral, favoreciendo esos estados de conciencia inefables. Manuel Soriano nos ha contado su experiencia con dicho sistema. «Con los sonidos musicales y la meditación guiada –nos explica– visité los confines del universo y tuve la impresión de sentir que era infinito, porque por más que me empeñaba en llegar hasta el final no lo conseguía. Aproximadamente una hora después de terminar el curso tuve mi primera experiencia mística profunda: parecía que lo percibía todo desde una distancia que me permitía ver las cosas como son en realidad y no como siempre las había visto. Era un estado de profunda paz y calma absoluta, como si hubiera sintonizado con la parte más profunda de mí mismo. En ninguna otra circunstancia he sentido nada semejante».

Mientras unas personas optan por la música, el sonido, el amor y el sexo, el ayuno, la meditación o la droga, en un contexto adecuado, todavía hay muchas que simplemente se «extasían» ante la misma vida. Sus casos resulta tan naturales que, en un mundo tan enloquecido como el nuestro, puede parecer increíble. ¿Acaso sus cerebros funcionan de forma distinta a los demás?

Sue Hornby, hostelera jubilada, nos asegura no necesitar drogas para experimentar éxtasis maravillosos. Los consigue fácilmente cuando contacta con la naturaleza y cuando hace el amor. «No hay nada superior a estas sensaciones. Me relajo, miro el cielo, escucho la música y los pájaros y entonces floto. Me siento tan bien que, simplemente, me dejo ir. Lo mismo me ocurre cuando estoy con Kevin, el hombre del que estoy enamorada. Es una sensación sobrecogedora. A veces tengo varios orgasmos con él, pero el éxtasis que experimento no tiene que ver con el placer físico. Es un placer intenso y me dura horas. Me siento fuera de este mundo. Es una sensación de felicidad profunda, más mental que física. Me siento flotar».

Por su parte, el artista David Hargrave nos ha ofrecido varios testimonios de éxtasis «natural». Uno de ellos le aconteció hace casi treinta años, cuando empezó a interesarse por el cambiante mundo de las nubes, tras comprender que poseían unos niveles de existencia invisibles a nuestros ojos. Contemplándolas un día tuvo una revelación: «Vi el símbolo Pi con un ojo dentro, estampado en un nube gris tan evanescente que podía ver a través de ella. El símbolo era ligeramente ultravioleta, parecía vibrar con una presencia divina, como si procediera de Dios o de algo increíble. Me dio la impresión de inocencia, ingenuidad y curiosidad puras y entonces sentí una dicha indescriptible».

Si para algunas personas es tan fácil tener experiencias extáticas, quizá habría que plantearse si estas no formarán parte de un estado natural que hemos perdido a fuerza de complicarnos la vida.
En este sentido, el terapeuta Robert A. Johnson señala que «la gran tragedia de la sociedad occidental contemporánea es el hecho de que hayamos perdido la habilidad de experimentar el poder transformador del gozo. Buscamos el éxtasis por todas partes, pero en un nivel muy profundo permanecemos insatisfechos». Para recuperar ese paraíso perdido, Johnson sugiere que «reconectemos con la capacidad de éxtasis que está inactiva dentro de nosotros» y ofrece en su libro Éxtasis (Kairós, 1992) una variada gama de rituales que pasan por reactivar nuestra imaginación y trabajar con los sueños. «Existir es, o debería ser, una experiencia intrínsecamente de este tipo», nos explica Jorge Ferrer. Estamos de acuerdo con él. ¿Quién no tiene recuerdos infantiles de esta naturaleza?

La experiencia narrada por Malcolm de Chazal en su obra Petrusmock no puede ser más poética y explícita: «Cuando el niño paladea una fruta se siente a su vez degustado por ésta; cuando toca el agua, se siente tocado; cuando mira una flor, ve cómo esa flor le mira… La clave exacta de esta visión que no es devuelta la tuve un día en el jardín botánico de Curepipe [Isla Mauricio]. Avanzaba en la luz del mediodía hacia un seto de azaleas y entonces vi que una de ellas me miraba. Y de pronto se convirtió en un ser. La flor devino un hada. Este suceso se corresponde con el de la manzana de Newton, es decir, con el momento en que toda la vida de un hombre, todo su pensamiento, vuelve a él a través de una experiencia».

Es indudable que las vivencias extáticas han aportado un significado nuevo, en ocasiones duradero, a innumerables personas en todo el mundo. Sobre este punto Jorge Ferrer que «pueden abrir muchas puertas, pero el verdadero trabajo de transformación tiene que pasar por un profundo desbloqueo energético y somático. Al ofrecernos una referencia directa (si bien transitoria) de que hay mucho más en la vida de lo que normalmente percibimos y nos han enseñado, pueden ser una fuente importante de motivación para iniciar un camino genuino de transformación personal. Para ello hay que trabajar a fondo, de forma sistemática. Sólo así conseguiremos que nuestros corazones y mentes se tornen más receptivos en nuestra vida cotidiana».